Este 30 de agosto se conmemora una fecha que pone de relieve un flagelo desgraciadamente vigente en el mundo, y que en nuestro país ha dejado heridas profundas sin cicatrizar: es el Día Internacional de las víctimas de desapariciones forzadas.

Un encuadre adecuado para el tema podría ser un fragmento extraído del libro del autor polaco Ryzsard Kapuscinki, El sha o la desmesura del poder, cuando se refiere a la permanencia de los efectos de una dictadura: “…no se puede tener la ilusión que junto a ella (la dictadura) se acabe todo el sistema, desapareciendo como un mal sueño. En realidad, sólo termina su existencia física. Pero sus efectos psíquicos y sociales permanecen, viven, y durante años se hacen recordar,e incluso pueden quedarse en formas de comportamientos cultivados en el subconsciente. La dictadura, al destruir la inteligencia y la cultura, ha dejado tras de sí un campo vacío y muerto, en el cual el árbol del pensamiento tardará mucho tiempo en florecer…” Lo que queda, entonces, es un vacío filosófico y cultural que hay que llenar con la creación de nuevos valores cívicos para hacer posible la convivencia ciudadana, mientras se apela a la verdad y la justicia para restañar el equilibrio roto en la sociedad.

Las Naciones Unidas (ONU) sostienen que la desaparición forzada es utilizada para infundir terror en los ciudadanos, porque cuando una persona es sujeto de este mecanismo condenable, no solo su entorno personal se ve afectado, sino que el terror también alcanza a su comunidad y se extiende a la sociedad.

Para la Organización de las Naciones Unidas, y cito textualmente: “La desaparición forzada se ha convertido en un problema mundial que no afecta únicamente a una región concreta del mundo. Las desapariciones forzadas, que en su día fueron principalmente el producto de las dictaduras militares, pueden perpetrarse hoy día en situaciones complejas de conflicto interno, especialmente como método de represión política de los oponentes”.