Nada suma tanto a la reconciliación –en tanto instrumento hacia la pacificación de una sociedad- como llamar a los conflictos por su nombre, dejando de lado los eufemismos que siempre implican un grado de negación. Porque si en algún lado comienza el derrotero hacia la convivencia pacífica es en las palabras.

Un ejemplo de lo expresado es el camino iniciado por Colombia, que conlleva un acto de sinceramiento, de cara a su pasado histórico, con los sujetos activos de una etapa cruenta de la historia que ha extendido sus daños hasta el presente.