El 21 de noviembre de 1945, frente al flamante Tribunal Militar de Núremberg, el fiscal de Estados Unidos, Robert Jackson, pronunció su memorable informe de apertura. En uno de sus fragmentos dijo: “Este Tribunal, si bien es novedoso y experimental, no es producto de especulaciones abstractas ni fue creado para reivindicar teorías legalistas. […] El sentido común de la humanidad exige que la ley […] también debe llegar a los hombres que poseen un gran poder y lo usan de manera deliberada y concertada para poner en movimiento males que no dejan intacto ningún hogar en el mundo”.

A 75 años del inicio de los juicios de Núremberg es oportuno reflexionar sobre su legado, sobre cuánto hemos avanzado y cuánto hemos retrocedido, teniendo en cuenta –en el caso de mi generación– que nacimos en la posguerra y en los albores de la Guerra Fría con la tácita responsabilidad de asegurar los beneficios de la paz para las generaciones venideras. Jackson fue un artífice muy activo en la conformación del Tribunal y en la creación de la normativa de derecho internacional que se aplicó en los juicios, y alegó que lo que estaba en juego era la civilización. En su intervención dejó claro que el Tribunal de Núremberg no juzgaba al pueblo alemán, sino a individuos nazis que habían tenido responsabilidad en cuatro tipos de crímenes que, con críticas en contra y otras a favor, habían sido tipificados especialmente para dichos procesos: conspiración, crímenes de guerra, crímenes contra la paz y crímenes contra la humanidad.